Vuelta a la vida tras el coma. Relatos de jóvenes con daño cerebral adquirido por accidente de tráfico.


Jóvenes con daño cerebral adquirido por accidente de tráfico relatan cómo están reconstruyendo sus vidas.

Diez y diez de la noche. 22 de agosto de 2005. Jerusalén Iriarte Arregui Jeru, de 24 años, sale de trabajar de la Morea y conduce hasta su casa. Vive en Artajona. Al llegar a Beriáin, en el punto kilométrico nueve de la N-121, en plena curva, un vehículo que ha invadido su carril, se le echa encima. Chocan frontalmente. La cabeza de Jeru impacta contra el volante… El otro conductor fallece en el acto. La artajonesa queda en coma un mes, tres meses en estado vegetativo y tres años en silla de ruedas.

Siete y veinticinco de la tarde. 14 de marzo de 2006. La pamplonesa Ana. S.A., de 26 años, viaja de paquete en una moto de Falces a Pamplona por la N-121. Entre Beriáin y Tiebas, a sólo dos kilómetros del accidente de Jeru, la moto colisiona contra un camión. Ana sale despedida. Ingresa en coma.

Once de la mañana. 31 de diciembre de 2008. Oier Altuna Bildarraz, de 18 años, se despide de su ama en Ultzama, sube a su coche y conduce hacia Pamplona. Su intención, como todos los días, es entrenar con el Oberena. Por suerte, esa mañana su madre decide no acompañarle. Porque nada más arrancar, a 500 metros de la vivienda, Oier pierde el control y choca contra un árbol. Es trasladado en helicóptero. Permanece cuatro meses en coma.

Los tres coinciden al describir lo primero que sintieron al salir del proceso del coma. “Sientes que vuelves a la niñez”, evocan.

Una de las causas más habituales del Daño Cerebral Adquirido (DCA) son los traumatismos craneoencefálicos por accidentes de tráfico. De cada cien traumatismos de este tipo, un 70% tienen su origen en un accidente de tráfico. El 80% de los afectados son jóvenes de entre 20 y 35 años. De hecho, ésta es la primera causa de muerte e incapacidad en la población menor de 45 años en los países desarrollados. Hasta hace dos años España registraba 78.961 personas con discapacidad relacionada con las secuelas de un accidente de tráfico. En Navarra se estima que hay 3.095 con daño cerebral adquirido de carácter crónico (597 por traumatismo craneoencefálico). La gran mayoría, por accidente de tráfico.

Ha pasado tiempo de los accidentes de Oier, Ana y Jeru. Aún sin haberse recuperado física y psicológicamente del todo, comparten su ansia de esperanza junto a otros jóvenes con daño cerebral adquirido en un grupo que se inauguró en 2008 en la Asociación de Daño Cerebral (ADACEN). Un espacio para el futuro y la vida, donde chicos y chicas que han pasado por lo mismo comparten preocupaciones, miedos y sueños. El grupo lo conforman seis jóvenes: cuatro sufrieron accidente de tráfico, otra tiene epilepsia y una sexta sufre lesión cerebral causada por una infección. Sus edades van de los 26 a los 36 años.

“En algunos casos, después del daño cerebral adquirido, se ven aislados o pierden su círculo de amistades”, explica Leyre Tirado Sanz, neuropsicóloga de la Asociación de Daño Cerebral de Navarra (ADACEN). “En este programa trabajamos temas que inquietan o generan dificultades en su día a día: empleo, amistades, relaciones sexuales, pareja… Creamos un espacio en el que se puedan compartir experiencias personales con personas que han pasado por situaciones parecidas. Ellos hablan abiertamente con otros jóvenes que están o han pasado por su misma situación. En definitiva, se relacionan”.

Los temas que más les preocupan -precisa la neuropsicóloga- están relacionados con los efectos de la lesión, la amistad, la sobreprotección por parte de sus familias, cómo conocer a sus posibles parejas, sexualidad… “Es que no es lo mismo sufrir un daño cerebral con 50 años que a los 20”, deja claro Tirado. “A esta edad, la vida cambia de forma radical. Desaparecen muchas cosas. Tener pareja, estudiar, trabajar… Todo se pone en entredicho. Y en algunos casos, se pierde el contacto con el entorno, el núcleo de amistad”, subraya.

El Daño Cerebral Adquirido (DCA) es el resultado de una lesión súbita en el cerebro que produce diversas secuelas de carácter físico, cognitivo, emocional y conductual. El estilo de vida actual hace del daño cerebral una discapacidad creciente “a la que el sistema sociosanitario no está sabiendo dar respuesta”, indican desde Adacen. “Se salvan más vidas, pero la atención se concentra únicamente en lo sanitario”, agregan.

Por ello, ante la escasez de recursos de rehabilitación tras la salida del hospital, el peso de la atención recae sobre la familia, que no está preparada psicológica ni profesionalmente. Y así la familia se ve muy afectada. El cambio que supone esta nueva circunstancia y su aparición inesperada “altera” la dinámica del núcleo familiar. Como consecuencia de este vacío, nace en Adacen este programa orientado a jóvenes con daño cerebral adquirido.

A las dificultades de encontrar trabajo, se suman otras asociadas al daño cerebral. “Digamos que a los 30 años esperamos ver en una persona una serie de capacidades y características que perdonamos si no las vemos a los 20”, prosigue apuntando la especialista. “Si la lesión ocurre sobre esta edad, tenemos que estar atentos para ayudar a la persona a desarrollar estas capacidades. En esto consiste este programa, en el acompañamiento a la edad adulta. Puede que esa persona tenga problemas para ponerse en lugar del otro, para analizar el mundo desde una perspectiva más abstracta y madura, para que asocie lo que sabe con lo que percibe del mundo, para comprometerse…”.

Jerusalén Iriarte Arregui: “En este grupo nos sentimos nosotros mismos”

Jerusalén, de 35 años, la más veterana de este grupo de jóvenes, dejó de creer en Dios un 22 de agosto de 2005. “¿Cómo voy a creer en un Dios que ha sido incapaz de proteger a mi familia?, pregunta, seria, mientras bebe de una taza de leche manchada (es el único momento de la entrevista en el que frunce el ceño). “Mi madre murió cuando tenía seis años. Luego vino el accidente y el fallecimiento de mi padre cuando yo me encontraba en estado vegetal… Normal que dejase de creer, ¿no le parece?”. Desde hace dos años Jeru siente una intensa devoción por las calaveras. Fue en un viaje a México con su pareja y unos amigos donde descubrió su culto. Y le gustó. De hecho, las lleva incrustadas en pendientes, en pulseras, colgantes, bolsos, e incluso tatuada en la piel… “Hasta en los calcetines…”, sonríe.

Como si de un epitafio se tratara, el tatuaje de la calavera grabado en el reverso de su muñeca izquierda le ayuda a recordar que hace once años y medio pudo con la muerte. A Jerusalén la conocen en su pueblo, Artajona, como “Jeru, la del accidente”.

DIEZ Y DIEZ DE LA NOCHE

Ocurrió el 22 de agosto de 2005. A las diez y diez de la noche. Jeru regresaba a su casa después de trabajar en la Morea. Hacía cinco meses que había comenzado una relación con un joven del pueblo llamado Jesús Mª Recarte Lasterra. Se encontraba en un momento dulce. Esa noche, conducía por la carretera de Tafalla, en dirección Artajona. Al sobrepasar Beriáin, en plena curva, un coche se le echó encima. Chocaron. El conductor del otro vehículo falleció y los otros tres pasajeros resultaron heridos. “Yo me golpeé la cabeza contra el volante porque no saltó el airbag. No me acuerdo de nada más”, intenta recordar.

“Me contaron que me tuvieron que inducir el coma al momento porque se me empezó a hinchar el cerebro. Quedé un mes en coma y tres meses vegetal. Al despertar, en diciembre, y ser consciente de que estaba viva, me encuentro con que me he convertido en una niña pequeña. No era yo. No sabía ni leer ni multiplicar ni dibujar… nada. Se me quedó medio cuerpo amorfo. Mi cerebro no lo hacía funcionar”, relata. “Ahora soy zurda obligada. No puedo mover el brazo derecho. Y tengo problemas de huesos en la pierna derecha. Me quedé en silla de ruedas. A raíz del accidente, cambia la vida. Entonces tenía 23 años. Mis amigas se echaron novio, se iban de juerga y de vacaciones… Y yo no podía. Sentía envidia sana. Celos. Pero ¿qué iba a hacer? Yo no era normal. Si me costaba hasta pensar….”.

El accidente segó la vida de Jeru y la de su entorno familiar. Su madre había fallecido cuando ella tenía seis años y su padre, cuando ocurrió todo, sufría un cáncer terminal. “Mi hermana se vio obligada a dejar de la lado su vida personal, su trabajo, a mi padre que estaba enfermo terminal, y venirse conmigo a Madrid. No sólo fui víctima del accidente, sino que todo mi entorno lo fue”. Jeru da un nuevo sorbo al vaso de leche manchada.

“En Adacen encuentro entretenimiento y consuelo. Aquí me siento bien”, dice, reconociendo que no ha sentido discriminación por sus limitaciones. “Soy de pueblo y me siento muy querida. Lo que más duele es recordar cómo era la vida antes”.

En la actualidad vive de la pensión que le quedó tras el accidente. “No puedo trabajar porque me duele todo el cuerpo, me siento torpe y me cuesta concentrarme. El día antes del accidente estaba leyendo Diario de un skin. He intentado leerlo ahora y no lo consigo… Me cuesta pensar, comprender las palabras”.

Último trago al café y una última sonrisa. ¿Un sueño? “¡Ser feliz! Sufrir un accidente así te deja el ánimo por los suelos. Tenía tanta vida por delante… Antes me gustaba conducir, me gustaba salir, el gimnasio… “, detalla. “Ahora pinto cuadros, sigo con el mismo novio (ríe)… También me gusta pasear”, concluye, “y dar conferencias de prevención de accidentes en los colegios”. Para que a otros no le pasen lo que a ella…

Ana S.A.: “Viajaba de paquete en una moto, salté por los aires”

“Prefiero no exponerme públicamente”, observa Ana, posando con uno de los cuadros que ha pintado recientemente. La pintura es una de las aficiones que ha descubierto tras el accidente de moto que sufrió en marzo de 2006. “Viajaba de paquete… Conducía quien era entonces mi chico. Íbamos de Falces a Pamplona. Al pasar por Tiebas, un camión que salía de algún cruce nos llevó por delante. Salí disparada”. La pamplonesa permaneció un semana en coma. Además de la lesión en el cerebro, se fracturó la mandíbula. “Menos mal que llevaba casco”.

Antes del accidente, Ana trabajaba en una tienda de ropa de niños y se estaba sacando el carné de conducir. “Pero se acabó todo. Vivía con el chico que conducía la moto en un piso de alquiler. Te cambia tanto la vida…”. Le concedieron la discapacidad absoluta y ahora vive con su padre. “Tengo 37 años y no puedo trabajar. Me da miedo. No estoy como antes. Se me olvidan las cosas”. La muerte de su madre cuando estaba en rehabilitación también influyó en su desánimo. ¿Un sueño? “Ser feliz y seguir pintando” (sonríe).

Oier Altuna Bildarraz: “Antes mi vida era preciosa”

Había cumplido los 18 y hacía dos meses que se había sacado el carné de conducir. Como todos los días, se subió a su coche y condujo desde Suarbe (Ultzama) a Pamplona para llegar al entrenamiento de fútbol con el Oberena. Lucía el sol y el joven estaba descansado.

Una vez que dejó atrás su pueblo y tomó el desvío a la derecha en el cruce de Ilarregi, recorrió 500 metros y, por causas que aún se desconocen, invadió el carril contrario, atravesó el guardarraíl y chocó contra un árbol. Por suerte, esa mañana no le acompañaba su madre, tal y como solía acostumbrar cada vez que su hijo viajaba a Pamplona. Y eso que aquel 31 de diciembre de 2008 Marisa tenía que hacer compras para la cena de la noche. Pero Marisa aún estaba en pijama y se lo tomó con calma.

Ella y Julián, su marido, se encontraban en casa cuando recibieron la llamada telefónica informándoles del suceso. Oier iba a ser trasladado en helicóptero. Había entrado en coma. Marisa aún recuerda el sonido de las aspas sobrevolando el caserío. “Agur Oier”, susurró, al ver la panza de la máquina levantando el vuelo.

La familia entera se volcó en el hospital. “Le hablábamos mucho, como en las películas. Y en ningún momento se quedó solo”, cuenta Marisa. Un día saltó la sorpresa en la habitación. Después de dos meses y medio del ingreso, Marisa soltó un beso a su hijo y le animó a que se lo devolviese. De repente, Oier, que seguía en estado de coma, se lo soltó. Un beso sonoro que oyó también Julián, que se encontraba por detrás de su mujer. “A partir de entonces, estábamos todo el día pidiéndole un beso”.

Antes de cumplirse cuatro meses del accidente le trasladaron al Hospital San Juan de Dios. Aquí recuperó la conciencia y dio sus primeros pasos. “En San Juan de Dios era como la mascota, porque jóvenes allí, pocos”, ríe. “Recuerdo muy bien las palabras del médico al verme con los ojos abiertos. Me dio la mano y me dijo: “Enhorabuena Oier, has salido del coma”.

Lo primero que sintió al empezar a moverse es que todo en él se había ralentizado. “Si tu vida va en sexta marcha, la mía va en tercera”, compara. “Mi vida circula más despacio, pero no me preocupa demasiado. Aprendes a vivir con lo que hay… Ahora tengo dos vidas. La que murió a los 18 años y la de ahora”. Para no olvidar su etapa anterior, su otra vida, como él dice, se ha tatuado un número 7 con alas en la espinilla derecha. “En recuerdo del Oberena, mi equipo. El 7 porque era el número de la camiseta. Algo que ya voló…”. Sus palabras denotan nostalgia.

En la actualidad, Oier ha cumplido 26 años y trabaja cuatro horas barriendo en una empresa de piensos en Ultzama. Cobra una pequeña pensión por el accidente (65% de minusvalía). “Antes mi vida era preciosa. Jugaba a fútbol. Entrenaba todos los días. Estudiaba un grado superior de mantenimiento… También tenía novia”, dice, enarbolando una sonrisa pícara. “Un accidente así te cambia mucha la vida. Cuando sales de fiesta con el problema del habla, en seguida se te juzga. Piensan que vas borracho. Y siempre acabas dando explicaciones”. ¿Discriminación? “No lo llamaría discriminación. Yo me siento muy querido. Quizá, desconocimiento. Hay que conocer antes de juzgar y la gente hace lo contrario”.

Para la neuropsicóloga de Adacen la exclusión existe. “Aunque creo que nos vamos concienciando, todavía estamos lejos de ser una sociedad inclusiva con la discapacidad. Hay muchos aspectos en los que mejorar, como la accesibilidad física y cognitiva del entorno y la información… y recursos que tenemos que crear en el campo del empleo o de la vivienda, facilitando el acceso a piso tutelados o con mínimos apoyos al margen de las residencias”, reivindica Leyre Tirado. “Tenemos que rehacer valores y creencias generales, como que las personas con discapacidad generan problemas en el trabajo o que no tienen interés en cultivar su sexualidad… Son temas que también trabajamos en el grupo: el autoconcepto, la autoestima, el valorarse a uno mismo…”.

A pesar del accidente, Oier sigue sintiendo pasión por los coches. “Nunca me ha dado miedo conducir después del coma”. También ha recuperado la afición por el fútbol. Juega con el Aspace. “Es lo más parecido a lo que hacía antes. Y parece que no se me ha olvidado. Lo único que me falla es el equilibrio”, lamenta. ¿Un sueño? “Vivir el presente… y tirarme en parapente”, suspira. Oier termina el relato homenajeando a sus padres, Julián y Marisa. “Por favor, se lo debo. Tengo tanto que agradecer a mis aitas…”.

Sara Ramón Iguácel: “He recuperado la libertad”

Sara participa en el grupo de jóvenes de Adacen desde 2011. Ella no sufre daño cerebral por traumatismo craneoencefálico ni por accidente. Su lesión proviene de un ataque de epilepsia que le detectaron al nacer. Recibió tratamiento desde pequeña en Neuropediatría del hospital Virgen del Camino y en el de Zaragoza. El 10 de marzo de 2004 sufrió el último ataque, con convulsiones “a gran escala”, recuerda. Estuvo 15 días hospitalizada. Desde entonces toma una fuerte medicación.

Al salir del hospital, acudió junto a sus padres a Salud Mental. “Buscábamos un centro de epilepsia”. La derivaron a Adacen, porque en la asociación, aunque no fuera específica en epilepsia, podían ayudarla. “Al entrar en el grupo, conseguí libertad. Podía salir sola de casa, con mis amigos, y llegar tarde. Y eso que ya tenía más de 20 años”, expresa, sonriente. Para Sara este año ha sido un periodo de inflexión. Vive en un piso de “entrenamiento” para la vida independiente. “Un paso previo, con el mínimo apoyo de 2 profesionales”, indica la neuropsicóloga Leyre Tirado. ¿Un sueño? Sara no duda: “Viajar con mi hermano Raúl a México”.

Fuente de la noticia: Diario de Navarra

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.